Anotaciones sobre
Bajo el mismo insomnio
Sergio Gómez Montero
Bien lo dice Hadassa Ceniceros en este libro: “… las palabras se guardan en la página nueva para ser convocadas de nuevo en la mañana. Las ideas no logran someterse al descanso…” Y es, sin duda, me ha sucedido luego de conocer, ver, leer, disfrutar Bajo el mismo insomnio: las ideas no logran someterse al descanso, y creo que lo mismo va a suceder a quienes lectores y “veedores” del libro se enfrentan con él.
Así, en principio, una de esas primeras ideas que surgió mientras pasaba por la experiencia de leer el libro de Carrillo y Hadassa fue aquélla que me hizo pensar –como varias veces me ha sucedido, pero hoy con particular intensidad- en sí, antes de los griegos que l encasillaron en siete escenarios dominados por las musas, el arte no era sino una experiencia común, en donde el nous -el más allá de la conciencia de los griegos- conducía al individuo, a través de la totalidad que el arte era, a otra realidad en donde lo importante era sólo la sublimación de la conciencia y no la conciencia en sí. Danzar, producir sonidos, escribir, pintar, hacer esculturas o arquitectura, ¿no era acaso una experiencia común y única, en donde comunitariamente varios individuos podían participar y no sólo el creador único y excelso? ¿No deberá acaso ser el arte, ahora, una experiencia de muchos y no de uno solo y solamente? ¿Debe ser el arte complementariedad o individualidad?
No lo sé, y creo que ahora, aquí, nada importa, sino sólo reconocer que a partir precisamente de la experiencia que representa Bajo el mismo insomnio uno comienza a pensar en ideas tan ¿descabelladas?, como la antes expuesta, lo cual habla de la trascendencia de esta obra en donde con un rigor exquisito se complementan poesía y pintura para dar cuerpo a un libro en el cual uno a través de la letra y las bellas imágenes se sumerge precisamente en la sublimación, en ese poner en la altura lo que, en realidad, está a ras de piso: darle la mano, por ejemplo, a una sirena y ayudarla a subir a nuestra barca mientras le musitamos al oído: “… lo que suceda/ traerá su propio signo/ todo vendrá/ cuando le llegue el tiempo”.
Así, página a página Hadassa y Carrillo nos irán arrastrando por una serie de mundos de una belleza impresionante, mundos que no sólo confirman lo que de antemano ya se sabe -que los dos son unos excelentes artistas--, sino que, además, resuman excelencia conjugando sus quehaceres en la hechura de una obra cargada de simbolismos diversos y llenos todos ellos de atractivo plural, pues mientas por un lado la tosquedad del trazo -que es en Carrillo belleza—y lo impactante del color resaltan, por el otro la palabra poética, dedicada en gran medida al amor hacia uno y hacia muchos, ello, al conjugarse complementarse, le dan a la realidad artística una fortaleza y una presencia que impacta fuertemente a quien enfrenta el libro aquí presentado.
Así, mientras esos cuadros -para mí cargados de reminiscencias, pues conozco la obra del maestro Carrillo desde mediados de los años sesentas del siglo pasado, cuando recorríamos, sin conocernos entonces, patios y pasillos y eventualmente yo me colaba a los salones de la Academia de San Carlos- se distinguen por la nitidez de las líneas, el trazo de figuras -varios autorretratos y retratos de Irene- y en particular por un color explosivo; por el otro, en la página que alguna vez tuvo en blanco, los pomas de Hadassa – exactos, precisos, aunque siempre cargados de pasión- lo conducen a uno indistintamente por la reflexión, el sabor de la experiencia de pareja, o sólo por el “inventario del insomnio…”, que es mucho decir.
Termino aquí diciendo, con palabras de Hadassa nuevamente, que “…celebro la vida” y que invito a todos los presentes y también a los ausentes a que lo hagan y se sumerjan en una experiencia que no tiene desperdicio: ver y leer Bajo el mismo insomnio. Si no lo hacen, ustedes se lo van a perder.
Muchas gracias.